domingo, 1 de febrero de 2015

EN LA FILA DEL DOMINGO SUCEDE QUE...


En el momento de la comunión en una misa se pueden tener dos perspectivas:  una es la de la persona que comulga de manos del sacerdote, y la otra es la del sacerdote que da la comunión.  Asomémonos un poco a la segunda perspectiva.

Una escena que se ve con cierta frecuencia es la de una mamá que se acerca con su hijo pequeño adelante y lo asegura con sus brazos de manera que al sacerdote le quede claro que el niño no ha hecho su primera comunión y que por tanto no puede comulgar aunque lo intente.  Y sí, hay algunos niños de éstos que abren su boca queriendo comulgar…

También te encuentras con niños tranquilos y muy observadores que van de la mano de su papá y se dedican a ver toda la escena abriendo los ojos lo más que pueden y sin parpadear.

Hay otros niños que le preguntan algo en voz baja a su papá o a su mamá como tratando de entender lo que está sucediendo.

En una ocasión, un niño muy chiquito, una vez que la mamá comulgó y volvían a su lugar, le preguntó en voz alta:  “mamá, ¿sabe dulce?”

Recuerdo también a un niño que delante de su papá seguía desde abajo con mirada muy atenta todo la trayectoria de la hostia consagrada que iba de la mano del sacerdote a la boca de su papá.  Ésta pudiera ser la tercera perspectiva…

Y la experiencia más curiosa fue cuando vi a un niño con sus dos manos muy ocupadas:  con la derecha agarraba la mano de su mamá y con la izquierda sujetaba con mucha seguridad su osito de peluche todoterreno.  Lo simpático de este niño fue que, mientras la mamá iba a comulgar, la estiraba con todas sus fuerzas como queriéndosela llevar.  La mamá, por su parte, contrarrestaba aquella fuerza luchando por permanecer en la fila y comulgar con devoción.  Por un momento, casi pareció que el hijo vencía pero finalmente la mamá pudo comulgar y, acto seguido, cedió a la fuerza de aquella mano poderosa de su hijo que se llevaba a su mamá…  En esta ocasión no fue la mamá quien traía a su hijo de la mano, sino el hijo quien traía a su mamá de la mano…

En todos estos detalles lo que he visto es la fe tan grande de las personas que se acercan a recibir la Eucaristía.  He visto que muchas personas ponen todo el corazón a la hora de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, y cómo deben conjugar la fe con su misión de papás y mamás de niños inquietos que quién sabe qué travesura harán de un momento a otro…  Lo que he visto también es la capacidad de observación, la mirada investigadora y las ganas de comprender de los niños más pequeños.  Y en el caso de los más grandecitos, que ya están muy cerca de hacer su primera comunión, lo que he visto es una auténtica hambre de Eucaristía.

Una invocación muy antigua para los momentos de adoración a la Eucaristía dice:  “Les diste pan del cielo que contiene en sí todo deleite”.  Esto nos ayuda a ver que la pregunta aquella del niño de que si sabe dulce no es tan descabellada.  Al contrario, este niño, a su manera, como que intuye el corazón de nuestros sagrados misterios porque la presencia dulce de Jesús está en la Eucaristía.

En el mundo de la fe, todos vamos de la mano de todos.  Para empezar, vamos de la mano del Señor.  Luego, nuestros papás nos llevan a bautizar, se preocupan por formarnos en la fe, se esfuerzan por vivir la fe a nuestro lado, nos llevan de la mano cuando todavía no podemos recibir a Cristo Eucaristía.  Y, también, los niños nos llevan de la mano.  Si el Reino de los Cielos es de los que se hacen como niños, eso quiere decir que ellos pueden ayudarnos mucho, a los fieles que ya comulgan y a los sacerdotes que damos la comunión, a conocer, amar y vivir mejor nuestra fe.  ¡Gracias, hermanos pequeños!
 
Arturo Guerra, LC
 

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