miércoles, 23 de julio de 2014

SE NECESITAN MÁS CHAPULINES COLORADOS

Al Chapulín Colorado lo conocen y quieren generaciones enteras de países tan distantes entre sí como México, Chile, España, e incluso Brasil que tradujo los programas al portugués…  ¿Cómo habrán traducido el “se me chispoteó” del chavo del ocho?...

Un chapulín colorado de papel, en miniatura,
hecho en las Islas Marías  por un interno
 
La imagen habitual de un héroe es un superhombre de bíceps muy ejercitados, que jamás tiene miedo, nunca llora, se enfrenta solo y desarmado a quince enemigos pertrechados de ametralladora y, en cuestión de segundos, se deshace de ellos con un par de karatazos.

Nuestro buen Chapulín, en cambio, es chaparrito y lleva una que otra arruga en su rostro, nunca ganó medalla olímpica en levantamiento de pesas; y –todo hay que decirlo– a veces es medio miedoso…  ¡Más fuerte que un ratón! 

El Chapulín es buena gente.  ¡Más noble que una lechuza!  Quiere ayudar. Siempre se muestra dispuesto.  Si alguien le llama, él no falla. ¿Y ahora quién podrá defenderme?  En el momento justo, y cuando la persona en peligro ya agotó todos sus recursos, aparece el Chapulín con gran entusiasmo.

-        ¡Yoooo!...

-        ¡El Chapulín Colorado!

-        ¡No contaban con mi astucia!

No obstante su astucia, los métodos de salvamento del Chapulín desesperan un poco.  A veces se desanima.  Siente miedo ante el peso de su misión.  Al ver la cruda realidad de lo que implica salvar al necesitado, traga saliva, no sabe qué hacer y se paraliza. ¡Más rápido que una tortuga!  Siente la tentación de echarse para atrás, de no ayudar.  Pero, ¡…su escudo es un corazón!  Se pone triste al ver cómo sufre la persona en peligro, se compadece y el corazón se le mueve en medio de su indecisión:  ¡Sí lo hago…;  sí lo hago…!  Así que también necesita que otros le motiven y le den un empujoncito, o un gritito casi malhumorado…  ¡Ay!... ¡Ya, Chapulín…!  Y entonces nuestro buen Chapulín se lanza y ayuda.

Sus antenitas de vinil son capaces de detectar lo que otros no detectan.  Los problemas más grandes los resuelve a veces haciéndose chiquito gracias a su frasco de chiquitolina. 

Ya lo dice el viejo y conocido refrán…  Yo creo que el éxito de nuestro gran héroe el Chapulín Colorado, se debe a que es de carne y hueso como cualquiera de nosotros.  Lo que hace grande al Chapulín es que se vale de su pequeñez, de su sencillez y de su vulnerabilidad, para ayudar desinteresadamente a los demás.  ¿Qué es su chipote chillón, hueco y de plástico, ante las armas poderosas del enemigo?

¡Lo sospeché desde un principio!  La grandeza del Chapulín es que sabe hacerse chiquito.  Reconoce sus límites y de ellos se vale para luchar y ayudar.  Su falta de memoria a la hora de recordar refranes le sirve para ejercitar su increíble imaginación que intenta arreglarlos todo el tiempo que la paciencia de su interlocutor tarde en convertirse en desesperación…  ¡Ay!... ¡Ya, Chapulín…!  

Y es que la pequeñez, la sencillez y la vulnerabilidad son capaces de cosas grandes cuando se les suma el entusiasmo y la generosidad.  Más de lo que nos imaginamos.

En el corazón humano, que es tan misterioso, tan capaz a veces de lo peor, pero también de lo mejor, late escondido un chapulín colorado.  Déjalo salir.  México necesita más Chapulines Colorados. Chile, España y Brasil necesitan más Chapulines Colorados.  Todos los países del mundo necesitan más Chapulines Colorados.  ¡Síganme los buenos!  Algunos Chapulines ya existen, pero son todavía pocos.  A veces es nuestro vecino, o va al mismo salón de clases que nosotros, o trabaja en la oficina de al lado, pero no nos damos mucha cuenta.  Son héroes de lo pequeño y de lo cotidiano.   Son de carne y hueso.  Tienen defectos, sienten miedo, no cuentan con muchos medios, pero dejan que se les mueva el corazón y se lanzan a ayudar a los demás.  Son mamás, oficinistas, empresarios, taxistas, abogadas, panaderos, ingenieros, médicos, sembradores, universitarios, tejedoras, niños, ancianos que dejan de pensar en sí mismos y en sus problemas y se ponen a ayudar a los demás con toda su pequeñez, su sencillez y su vulnerabilidad a cuestas.  ¡Y vaya que si ayudan!  Son constantes, un día y otro día.  No hacen aspavientos.  No filman anuncios comerciales de un perfume con su firma impresa en un frasco de cristal que cuesta más que el exótico bálsamo mismo.  Pero, tarde o temprano, su heroísmo salta a la vista. 

Descubre, entre tus vecinos, Chapulines Colorados.  Conviértete tú también en un gran Chapulín Colorado para los demás.

Gracias, don Roberto Gómez Bolaños, el primero de los Chapulines Colorados…  ¡Eso, eso, eso…!

Arturo Guerra, LC

http://www.wattpad.com/story/14999436-m%C3%A1s-chapulines-colorados

aguerra@arcol.org

jueves, 17 de julio de 2014

UNA VOLUNTARIA DE LOURDES EN ACCIÓN




A veces es tanta la gente voluntaria en Lourdes que para ayudar hay que hacer cola, y no escoges necesariamente el tipo de ayuda sino que se te es dado: un buen ejercicio de ayuda desinteresada. 

Aquella semana de verano a nuestra pequeña cuadrilla le tocó lavar platos durante algunas comidas y cenas solamente, pues los demás turnos estaban ya cubiertos.  Nos tocó en los edificios nuevos del hospital.  Nos pusimos un delantal de plástico y, ¡a lavar platos!  Modernas máquinas industriales multiplicaban nuestra buena voluntad.  Era un comedor de enfermos minusválidos.  Voluntarias de otro grupo, con su uniforme de enfermera, se encargaban de repartir la comida y de asistir a aquellos enfermos que por sí mismos no podían tomar el alimento. 

Nosotros veíamos aquello sólo de lejos.  Las enfermeras iban y venían con platos sucios que te entregaban en las manos. 

En un momento en que las máquinas hacían afanosamente su trabajo, mirando aquel comedor de ancianos y enfermos, vi a una chica joven que no tenía manos. 

No era una de las enfermas.  Era una de las azarosas enfermeras que iban y venían por todo el comedor sirviendo a los enfermos… 

Vi cómo se acercaba a los enfermos y les ayudaba.  Vi cómo cogía entre sus brazos una cuchara que metía en la sopa, y, con mucha precisión, la llevaba a la boca de una anciana que sí tenía manos pero que quizá ya no las controlaba o las tenía inmóviles.  Una cucharada y otra cucharada…  Yo, no podía creerlo.  A esas alturas, de lo de lavar platos ya ni me acordaba… 

Aquella enfermera seguía sirviendo a todo mundo.  De pronto, con un plato vacío de sopa que sujetaba entre sus brazos, se acercó a nuestra zona de vajilla.  Con manos temblorosas y un nudo en la garganta recibí el plato sucio que ella me entregó mientras sonreía.  Era una chica francesa.  Yo le devolví la sonrisa como pude…  Ella se dio la media vuelta y se fue a seguir sirviendo a sus enfermos… 

Aquella chica sin manos, feliz de la vida ayudando a los demás.  Podría pedir ser cuidada, estar atendida… y, sin embargo, servía. 

De esto fui testigo un día que se me ocurrió visitar Lourdes.  ¿Qué cosas tan increíbles no sucederán ahí día tras día, año tras año? 

María, desde tus santuarios, sigue tocando muchos corazones que descubran la más auténtica de las felicidades en la entrega a Dios y al prójimo.