viernes, 13 de febrero de 2015

LOS ZAPATOS DE LA IGLESIA EN CAMINO

Vivimos de estereotipos.  España es el chorizo, el sol y los toros.  México es el cactus, el tequila y el sombrerote.  China es lo lejano, lo indescifrable.  Alemania es la cuadrícula, la búsqueda de la perfección aritmética... 

La Iglesia Católica, para muchos, es una extraña institución que se atreve a contradecir gigantescas opiniones públicas, a desdeñar leyes diseñadas por pueblos de primer mundo ejemplarmente democráticos.  Una organización regida totalitariamente por un anciano vestido de blanco, anticuado, conservador, aferrado al pasado...

Ir más allá del prejuicio y del estereotipo es un deporte intelectual muy sano.  Requiere su esfuerzo.  Hay que ir más allá de las apariencias externas.  Significa detenerse, ver, observar, escuchar, profundizar, abrirse... antes que etiquetar con prisas una realidad.  Implica acercarse y asomarse al corazón que late escondido ahí dentro...  Se puede ser radicalmente distinto, se puede aborrecer tal realidad, pero ponerse en zapato ajeno nunca hará daño a nadie. 

Para la Iglesia hay un Dios que existe, creador de todos, que se hizo hombre para dar su vida en rescate de muchos.  Un Cristo que viene a destruir con amor, con generosidad, con desinterés, el mal más terrible que aqueja a los hombres, más terrible que el ébola, el cáncer, el ántrax o que el síndrome di inmunodeficiencia adquirida:  el pecado, el egoísmo.  Porque el pecado es el único mal capaz de destruir el alma y el corazón de una persona.  Ningún otro mal lo puede lograr. 

Un Cristo que trajo un Evangelio:  la Buena Noticia capaz de transformar a la Humanidad, corazón por corazón.  Un Dios que ofrece su amistad y que es capaz de satisfacer los anhelos más profundos de felicidad que tienen los seres humanos.  Que ofrece el sentido más hondo de la propia vida y que invita abiertamente a una felicidad eterna que la muerte no puede aniquilar. 

Un Dios hecho hombre que revela también la verdad sobre el hombre.  Que sabe lo que hay dentro, muy adentro, del corazón de todo ser humano.  Que está en condiciones de decir al hombre lo que le hace más hombre, más pleno, más feliz; al mundo, lo que le hace más planeta, más sociedad, más familia...
 
Esas profundas convicciones están muy clavadas en el corazón de la Iglesia y es ahí desde donde busca iluminar.  Para ella, su mensaje no es suyo.  Es un mensaje prestado.  Un talento depositado en sus manos frágiles y temblorosas y que se muere por compartir.  Un tesoro que va en vasija de barro y que quema por dentro.  Una responsabilidad por hacerlo fructificar, por comunicarlo, por transmitirlo, por dar gratuitamente lo gratis recibido.  La Iglesia cree con todas sus fuerzas que Alguien le ha encomendado la custodia y salvación de ese ser tan frágil, tan misterioso, tan imprevisible, tan agónico, tan capaz de lo peor como capaz de lo mejor.  Por ese hermano herido y por ese hermano heridor, es que la Iglesia levanta su voz lo mismo en la selva que en el desierto.  Y camina, se detiene, se inclina, se descalza, se moja, con tal de rescatar un alma más... 

Son los zapatos de la Iglesia.  ¿Te los quieres probar un minuto solo?

domingo, 1 de febrero de 2015

EN LA FILA DEL DOMINGO SUCEDE QUE...


En el momento de la comunión en una misa se pueden tener dos perspectivas:  una es la de la persona que comulga de manos del sacerdote, y la otra es la del sacerdote que da la comunión.  Asomémonos un poco a la segunda perspectiva.

Una escena que se ve con cierta frecuencia es la de una mamá que se acerca con su hijo pequeño adelante y lo asegura con sus brazos de manera que al sacerdote le quede claro que el niño no ha hecho su primera comunión y que por tanto no puede comulgar aunque lo intente.  Y sí, hay algunos niños de éstos que abren su boca queriendo comulgar…

También te encuentras con niños tranquilos y muy observadores que van de la mano de su papá y se dedican a ver toda la escena abriendo los ojos lo más que pueden y sin parpadear.

Hay otros niños que le preguntan algo en voz baja a su papá o a su mamá como tratando de entender lo que está sucediendo.

En una ocasión, un niño muy chiquito, una vez que la mamá comulgó y volvían a su lugar, le preguntó en voz alta:  “mamá, ¿sabe dulce?”

Recuerdo también a un niño que delante de su papá seguía desde abajo con mirada muy atenta todo la trayectoria de la hostia consagrada que iba de la mano del sacerdote a la boca de su papá.  Ésta pudiera ser la tercera perspectiva…

Y la experiencia más curiosa fue cuando vi a un niño con sus dos manos muy ocupadas:  con la derecha agarraba la mano de su mamá y con la izquierda sujetaba con mucha seguridad su osito de peluche todoterreno.  Lo simpático de este niño fue que, mientras la mamá iba a comulgar, la estiraba con todas sus fuerzas como queriéndosela llevar.  La mamá, por su parte, contrarrestaba aquella fuerza luchando por permanecer en la fila y comulgar con devoción.  Por un momento, casi pareció que el hijo vencía pero finalmente la mamá pudo comulgar y, acto seguido, cedió a la fuerza de aquella mano poderosa de su hijo que se llevaba a su mamá…  En esta ocasión no fue la mamá quien traía a su hijo de la mano, sino el hijo quien traía a su mamá de la mano…

En todos estos detalles lo que he visto es la fe tan grande de las personas que se acercan a recibir la Eucaristía.  He visto que muchas personas ponen todo el corazón a la hora de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, y cómo deben conjugar la fe con su misión de papás y mamás de niños inquietos que quién sabe qué travesura harán de un momento a otro…  Lo que he visto también es la capacidad de observación, la mirada investigadora y las ganas de comprender de los niños más pequeños.  Y en el caso de los más grandecitos, que ya están muy cerca de hacer su primera comunión, lo que he visto es una auténtica hambre de Eucaristía.

Una invocación muy antigua para los momentos de adoración a la Eucaristía dice:  “Les diste pan del cielo que contiene en sí todo deleite”.  Esto nos ayuda a ver que la pregunta aquella del niño de que si sabe dulce no es tan descabellada.  Al contrario, este niño, a su manera, como que intuye el corazón de nuestros sagrados misterios porque la presencia dulce de Jesús está en la Eucaristía.

En el mundo de la fe, todos vamos de la mano de todos.  Para empezar, vamos de la mano del Señor.  Luego, nuestros papás nos llevan a bautizar, se preocupan por formarnos en la fe, se esfuerzan por vivir la fe a nuestro lado, nos llevan de la mano cuando todavía no podemos recibir a Cristo Eucaristía.  Y, también, los niños nos llevan de la mano.  Si el Reino de los Cielos es de los que se hacen como niños, eso quiere decir que ellos pueden ayudarnos mucho, a los fieles que ya comulgan y a los sacerdotes que damos la comunión, a conocer, amar y vivir mejor nuestra fe.  ¡Gracias, hermanos pequeños!
 
Arturo Guerra, LC